12.1.14

PROPUESTA DE INTERVENCIÓN

La idea de la intervención nos surgió al recordar el libro de El Palacio de la Luna de Paul Auster donde se describe el mobiliario hecho con cajas que usa en su apartamento. A continuación ponemos las dos primeras hojas del libro donde se describe el mobiliario:

El palacio de la luna
Paul Auster. Edit. Anagrama. Barcelona, 1996.

Fue el verano en el que el hombre pisó por primera vez la luna. Yo era muy joven entonces, pero no creía que hubiera futuro. Quería vivir peligrosamente, ir lo más lejos posible y luego ver que me sucedía cuando llegara allí. Tal y como salieron las cosas, casi no lo consigo. Poco a poco, vi cómo mi dinero iba menguando hasta quedar reducido a cero; perdí el apartamento; acabé viviendo en las calles. De no haber sido por una chica que se llamaba Kitti Woo, probablemente me habría muerto de hambre. La había conocido por casualidad muy poco antes, pero con el tiempo llegué a considerar esa casualidad una forma de predisposición, un modo de salvarme por medio de la mente de otro. Esa fue la primera parte. A partir de entonces me ocurrieron cosas extrañas. Acepté el trabajo que me ofreció el viejo de la silla de rueda. Descubrí quien era mi padre. Crucé a pie el desierto desde Utah a California. Eso fue hace mucho tiempo, claro, pero recuerdo bien aquellos tiempos, los recuerdo como el principio de mi vida.
Llegué a Nueva York en el otoño de 1965. Tenía entonces dieciocho años, y durante los primeros nueve meses viví en un colegio universitario. En Columbia, a todos los estudiantes de primer año que no fueran de la ciudad se les exigía vivir en el campus, pero cuando terminó el curso me trasladé a un apartamento de la calle 112 Oeste. Allí fue donde viví durante los siguientes tres años, hasta el mismo momento en que toqué fondo. Teniendo en cuenta lo adversa que eran las circunstancias, fue un milagro que durara tanto.
Viví en aquel apartamento con más de mil libros. Anteriormente habían pertenecido a mi tío Víctor, y él los había ido adquiriendo poco a poco a lo largo de treinta años. Justo antes de que me fuera a la universidad, me los ofreció, en un impulso, como regalo de despedida. Hice todo lo que pude para rehusarlo, pero el tío Víctor era un hombre generoso y sentimental, y no me permitió rechazarlo.
-No puedo darte mi dinero- dijo- ni consejo. Llévate los libros para complacerme.
Me llevé los libros, pero durante año y medio no abría las cajas en donde estaban guardados. Mi propósito era convencer a mi tío de que aceptara que se los devolviera y no quería que les pasara nada mientras tanto.
Resultó que las cajas me fueron muy útiles en aquella situación. El apartamento de la calle 112 no está amueblado, y en vez de despilfarrar mi fondo en cosas que no quería ni podía permitirme, me dediqué a convertir las cajas en piezas de "un mobiliario imaginario". Era algo parecido a hacer un rompecabezas: agrupar las cajas de cartón en configuraciones modulares, ponerlas en hilera, apilarlas unas encimas de otras, colocarlas una y otra vez hasta que por fin empezaron a aparecer objetos domésticos. Un grupo de dieciséis me sirvió de soporte para el colchón, otro grupo de doce se convirtió en una mesa, otros de siete se convirtieron en sillas, uno de dos en cabecera. El efecto general  era bastante monocromático, con aquel sombrío marrón claro en todas partes donde miraras pero no pude por menos de sentirme orgulloso de mi inventiva. A mis amigos les pareció un poco raro, pero ya habían aprendido de mí a esperar cosas raras. Imaginad la satisfacción, les explicaba, de meterte en la cama y saber que tus sueños van a descansar sobre literatura norteamericana del siglo XIX. Imaginad el placer de sentarte a comer con todo el Renacimiento escondido debajo de la comida. En realidad, yo no tenía ni idea de qué libros había en cada caja, pero en aquel entonces era fantástico inventando historias y me gustaba el sonido de aquellas fases, aunque fuesen mentira.

Mis muebles imaginarios permanecieron intactos casi un año.


Cogiendo las palabras de Paul Auster se nos ocurrió que nuestra intervención podría estar orientada a dotar de un mobiliario que creemos necesario y a su vez es un elemento temporal que se puede adaptar a los distintos usos quitando las cajas o poniéndolas en otro lugar.






Con la configuración de las cajas que mostramos en la imagen anterior hemos hecho una recreación virtual de como será la intervención en la plaza.









AMBIGÜEDAD EN EL ÁRBOL

Jesús Garrido Valdivia
Julio Rojo Campazas

¿Como en Calle Asuncion puede vivir sincasa?


Proyecto A-kamp 47 refugios semilegales

El proyecto del arquitecto y grafitero Stéphane Malka busca zonas descuidadas del espacio público de las ciudades y los transforma en viviendas de emergencia flexibles. Se encuentra en los laterales de una red ferroviaria en Marsella. Está ideada como una alternativa para las personas que tienen que vivir en la calle en los meses más fríos.

Él llama a este proceso "kamasutra arquitectónico" por el posicionamiento poco ortodoxo ( y emocionante ) de las estructuras verticalmente , por encima o por debajo de los edificios tradicionales y elementos urbanos.

Malka diseñado A- kamp47
Las cúpulas, que se asemejan a un grupo de huevos de camuflaje de araña , disponen de mantas térmicas y espacio de almacenamiento , los requisitos más simples para estancias temporales. En cada cúpula caben dos personas.

Curiosamente, las personas que utilizan la A- kamp47 no son nativos de la ciudad. Cuando Malka volvió a visitar la estructura en octubre , fue poblada principalmente por jóvenes viajeros.


"Realmente creo que los arquitectos tienen nuevas maneras y métodos técnicos, que nos ayuden a realizar proyectos sin el favor del gobierno", dice . "Podemos estar más abiertos a los problemas sociales . "









Hannes Monserez
Fernando Hermoso